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9 de marzo de 2008

REFLEXIONES ARMÓNICAMENTE DESHILVANADAS EN TORNO A LA MORAL DEL DOCENTE

Por: Francisco Reyes Sanchez

Durante muchos años, y hace muchos años, se hablaba del profesor como un modelo de conducta, un ejemplo a seguir…así nos formaron en las Normales, así era visto el docente en las escuelas y en el seno de las familias. Se llegó a equiparar al Maestro a un ministro religioso, por la exigencia de tener un comportamiento moral digno de imitación. Esta situación llegó al extremo de identificar la profesión docente con un apostolado, con las funestas consecuencias que en los ingresos económicos se tuvieron.

Con el transcurso de los años y el devenir de las dinámicas socio-culturales en ellos inmersas, el Maestro fue visto como una persona normal, con luces y sombras, con efectos y defectos, con vicios y virtudes. Consecuencia de ello: el respeto al docente se perdió ¡¡¡. Ya no fue más el MAESTRO, a quien debería de ofrecerse un reconocimiento y un respeto sin cuestionamiento alguno. La profesión docente dejó de ser un camino de vida singular, y se convirtió en una carrera más en una capacitación para ejercer un trabajo; el docente dejó de percibirse a sí mismo como un profesional exigido moralmente.

Hoy, los Maestros, individual y/o gremialmente estamos luchando de diversas formas y en diferentes trincheras por una revaloración de nuestra figura y nuestro quehacer… ; pero, la pregunta es si estamos también dispuestos a exigirnos un comportamiento moral más o menos sano, más o menos ético, en lo individual y en lo colectivo, en lo personal y en lo social, en lo profesional y en lo familiar…

Y es que, la pregunta anterior -la respuesta a ella-, es obligada en los tiempos sociales que vivimos…:, estamos ante una sociedad que cada vez más exige congruencia entre el decir y el hacer, entre el hablar y el pensar, enmarcada en un cuadro de valores que tengan como eje el respeto a la persona, a sus espacios personales, a su individualidad y a la tolerancia a la diversidad, donde se considera a ésta como una oportunidad de crecimiento y enriquecimiento de miras, de ampliación de horizontes.

En este marco social, los Profesores tenemos mucho qué hacer en nuestros espacios escolares, autogestionándonos como promotores de una moral social y personal sana; una moral que renuncie a la diatriba y al rumor que lesiona la dignidad del otro (pero que enloda más a quien lo profiere)…. Sin embargo, esto es posible sólo si retomamos los principios morales que son capaces de construir un colectivo armónico…

Los Profesores hemos de reconcebirnos como sujetos dignos de ser imitados por nuestra recta conducta moral, por nuestra transparencia, por tener las manos limpias, por no estar escapando de nuestra propia sombra, por nuestra voz que proclama verdad y bien; y sobre todo por ser capaces –porque cumplimos todo lo anterior-, de poder mirar a los ojos a nuestros hijos, a nuestros alumnos, a los padres de familia y a nosotros mismos. Hacerlo con serenidad (con la serenidad que sólo se obtiene como fruto de una conducta moralmente recta), y sin agachar la mirada….

Es cierto, la doble moral hoy se considera una virtud y casi siempre pasa desapercibida para las miradas sanas. La doblez conquista espacios, negocia afectos, sortea alguna que otra dificultad, es capaz de tergiversar tanto la verdad que la hace aparecer mentira y a la mentira, verdad…, pero, existe un espacio donde no puede pasar desapercibida, en el que no cabe máscara alguna, y ése es el momento en que el individuo de doble moral se mira al espejo…..

Demandar pues, una revaloración social hacia el Maestro pasa por el camino de la reconstrucción moral del mismo Maestro; sólo así, y únicamente así, podemos recuperar el aprecio y respeto social que en tiempos pasados se nos ofrendaba.

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